El desorden político que se ha generado en Venezuela y otras partes de América Latina por la reciente transición política y económica que desafía el statu quo de comodidad, o que no satisface las expectativas de la gente, abre el camino a serios problemas de estabilidad. En estas condiciones y dada la tradición política autoritaria en América Latina, los líderes ambiciosos se dan cuenta que es fácil explotar las quejas populares para impulsarse al poder y enquistarse en él. El éxito de estos líderes es el resultado de promesas solemnes hechas directamente a las masas de resolver los problemas nacionales e individuales sin considerar los procesos democráticos lentos, obstruccionistas y corruptos. Por lo tanto, mediante movilizaciones masivas, demostraciones de apoyo y coacción sutil o no sutil, los líderes populistas demagógicos están en posición de reclamar un mandato para ponerse encima de las elecciones, los partidos políticos, las legislaturas y las cortes y gobernar como crean conveniente.
La "crisis de formas gobierno" después de 1992, durante la cual el estado no pudo o no tuvo la voluntad de proveer las necesidades y deseos legítimos del pueblo venezolano, "abrió las puertas del poder a la izquierda", y a los populistas caudillistas, tales como Hugo Chávez, quienes "reforzaron sus posiciones radicales inflamando el sentimiento anti estadounidense". A su vez, se han revelado otros temas vinculados estrechamente con las relaciones civiles-militares del hemisferio y la estabilidad regional.
En Venezuela, aparte de nuestra tradicional tensión esencial entre personalismo y desarrollo institucional que plantea la pertinencia social y cultural del caudillismo mesiánico-redentorista y frente a la necesidad degenerar vías auténticamente democráticas para salir de nuestra crisis crónico-estructural, pienso que lo que está en juego es la construcción de una cultura política que nos permita acceder a una sociedad modernamente civilizada.
Ha pasado mucho tiempo desde que Venezuela rompió con el modelo de dominación colonial y se instauró la república y sin embargo parece que aún no encontramos el camino que nos conduzca a la construcción de un ser cultural y político realmente estable y autónomo. Este devenir entre una manera de ser y hacer, entre ser una cosa y dejar de serlo para comenzar a ser otra cosa sin que podamos consolidar algo relativamente permanente, impregna y marca el camino recorrido y la memoria codificada de lo que nos constituye como pueblo. El escrutinio de la actualidad sociopolítica venezolana plantea el reto de seguirle la huella al modo como en un segmento determinado del recorrido, adquieren cuerpo una multiplicidad de tendencias que se condensan en un punto de inflexión (un momento histórico, una coyuntura política) con los procesos reales.
Podemos intentar dibujar un mapa con las coordenadas fundamentales que a nuestro modo de ver las cosas, podrían estar configurando la fenomenología de los procesos sociopolíticos hoy. Este mapa por más exhaustivo que sea nunca será completo pues los procesos son más ricos que el discurso que intenta dar cuenta de ellos y el ser humano en su pensamiento, discurso y acción como respuesta al particular momento histórico que le ha tocado vivir, siempre será más complejo que el más sofisticado y profundo de los conocimientos.
Pudiéramos decir que en Venezuela y América Latina, los cambios sociopolíticos tienen que ver más con el carácter de estructuras de emergencia que asumen estos fenómenos que con el surgimiento en forma sistemática y relativamente transaccional, como quizás sería más conveniente, de las respuestas a la crisis. En este sentido los cambios son abruptos, provisorios y producto de situaciones de urgencia sociohistórica, que terminan siendo permanentes.
La intervención de relatos y representaciones de tipo redentoristas y mesiánicos-salvacionistas como condiciones de producción del discurso y la fenomenología sociopolítica, coloca a los imaginarios mágico-religiosos en un plano de interacción dinámica con estos procesos. La subjetividad, como núcleo de verdad histórica, es un correlato fundamental de los procesos sociopolíticos en Venezuela y quizás en cualquier contexto sociohistórico.
El caudillismo es un fenómeno inherente a sociedades político- culturalmente atrasadas. La Venezuela post-independencia es un claro caso de este fenómeno. El caudillismo es efecto y causa a la vez de incultura política. Sus efectos son nefastos para los pueblos.
La “Loca Luz Caraballo”, del poeta Andrés Eloy Blanco, nos muestra las desastrosas consecuencias humanas de un caudillismo que deja a los pueblos “como capilla sin santo”. Y es que el caudillismo en la práctica mantenía desintegrado, desgarrado y sangrando al país.
Domingo Alberto Rangel considera que si Gómez no hubiese derrotado al caudillismo, los Estados Unidos de Norteamérica, ‘por el petróleo’ hubiesen convertido al Zulia en ‘República independiente’.
Pensamos que como se vio en 1902, las potencias mundiales hubiesen hecho toletes al país y se lo hubiesen anexado.
En las sociedades que han alcanzado un alto desarrollo científico-tecnológico, con adelanto de las bellas artes, la literatura, la industria, las academias, las universidades e instituciones en general; y han logrado un importante nivel educativo, con arraigo de sus instituciones y un auténtico Estado de Derecho, es muy difícil que se produzca el fenómeno político del caudillismo.
Ciertamente, cuando el ciudadano racionaliza y participa de modo directo y exigente en el quehacer político; cuando entiende ‘la política’ como un proceso sometido a causas y factores que trascienden lo individual y no como ‘un acto voluntarista’ que determina el devenir político de un Estado, sino que son situaciones concretas que inciden en dicho acontecer; cuando comprende que a “la Política” en su máximo nivel es inherente la participación ciudadana y que podemos, mediante la ciencia, la filosofía, la tecnología, la educación, el arte y la literatura, forjar o incidir en el hacer político; podrá comprender entonces que no es posible que “la política” se decrete o que un ‘Ungido’ o Mesías, dotado de poderes mágicos, pueda determinar el curso de los acontecimientos del Estado.
El caudillismo supone una visión corta, miope, elemental, rudimentaria e inculta del ‘ser’ y ‘hacer’ político.
Es muy difícil que en una sociedad altamente desarrollada surjan estos ‘seres providenciales’. Pueden, en cambio, surgir líderes.
El líder es un ser con autoridad moral e idoneidad demostrada. Sobresale y se legitima día a día por sus dotes comprobadas y su entrega desinteresada y altruista hacia la sociedad.
El nepotismo es igualmente, como el caudillismo, un fenómeno político propio de sociedades con escaso alcance cultural-científico-político, en las cuales pueden y suelen convivir.
El caudillo impone su voluntad, sus amigos, relacionados y familiares.
En la Venezuela del siglo XXI, con numerosas e importantes instituciones científicas y académicas que han logrado un cierto grado de desarrollo, acusamos –lamentablemente- una y otra vez, la presencia de esta manifestación perversa e irracional de la política.
Esto nos demuestra, sin duda alguna, que no hemos alcanzado una profunda y plena madurez político-cultural.
Los venezolanos que hemos alcanzado un nivel científico-cultural universitario, debemos advertir sobre esta envilecida manifestación contraria a una auténtica Política Republicana.
Consideramos que el caudillo-nepotismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es un vicio y una etapa política que Venezuela debe dejar atrás por degradante, desde un punto de vista ético-político; e irracional, desde una perspectiva científico-administrativa.
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